Me gusta la nocilla porque es muy popera.
Me gusta también porque sabe genial.
Me gusta que empalague
y sobre todas las cosas
que esté derretida
y se unte con facilidad.
Es un icono de mi infancia ochentera.
Recuerdo aquel niño con flequillo a tazón.
Imposible olvidar su receta casera
de ingredientes cayendo con una canción.
Con permiso de Fernández Mallo, le voy a dedicar una entrada a su Nocilla experience.
¿Será postpoesía ese intento verbal mío? ¿O será solo un engendro sin gracia ni ciencia alguna?
En cualquier caso, es mi homenaje al brebaje untuoso y a la novela que estoy leyendo estos días.
Aparte del título, que me resulta atractivo por sus resonancias musicales, visuales, estéticas... más que saboríferas, -¡qué curioso!- me parece interesante lo que este autor tiene que decir. El primer gancho ha sido mediático, he de reconocer. En cuanto dos separatas culturales asociaron en su día a Fernández Mallo con "la nueva generación literaria" o lo novedoso en literatura hoy, el autor despertó mi interés. Además, al conocer algunos de sus intereses, fuentes, estímulos, pronto me sentí culturalmente hermanada a él.
Leí Nocilla dream hace unos años y, aunque solo recuerdo su estructura acumulativa, bamboleante; unos zapatos colgados de un cable, un árbol en una carretera abandonada de la América (yanqui) profunda y una referencia a Sr. Chinarro, dejó en mí un poso de interés; si bien remoto. No recuerdo ninguno de los elementos narrativos, salvo esos espacios y la estructura.
Ahora regresa a mí FM a través de Antonio Luque y su faceta de narrador.
(Y ahora, en este preciso instante, llega a mí un fetiche que deseaba: Luna miel, de Gloria Lasso.)
Decía que indagando sobre Socorrismo vuelve FM en forma de blog. Y un súbito interés renace en mí por la repostería juvenil.
Estoy desentrañando Postpoesía, y cómo me pesa no ser mujer de Ciencia... En fin, habré de dedicarle un tiempo más extenso al ensayo. Me resulta cautivador lo que dice, aunque todavía no soy capaz de explicarlo.
Y mucho más placentero tener experiencias con la segunda Nocilla... Ver al enorme Julio en una azotea llena de papeles formulados; asistir al hallazgo de cápsulas ilegales en los apédices de unos personajes; disfrutar la bella visión de una ciudad anegada en la nieve que se sobrevuela a sí misma con zepelines abrigados...
Todavía no he terminado la novela. Ni tampoco el ensayo. Pero ya los consumo como fetiches de un tiempo, el mío, que me habla de mi presente y me permite evocar un pasado que tan atractivo -estético- me resulta.
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