El siguiente fetichismo es por gentileza de una amiga que tiene peculiares aficiones.
Se trata de unas manoletinas radiactivas que se ha agenciado ayer, en su trabajo. No se crean que mi amiga es una de esas funcionarias que emplea una hora y media en desayunar y otra hora de compras en los británicos almacenes... ¡eso es un tópico vil!
Mi amiga trabaja en un laboratorio de seguridad biológica o algo parecido, y el otro día decidió recorrer el camino amarillo, a lo Dorothy-Mago de Oz. Pero para emprender semejante viaje el calzado es fundamental y se imponía un fetiche determinado que oscilaba entre los zapatos de purpurina roja o unas manoletinas fluorescentes de radiactividad, que según me parece, son mucho más del gusto de nuestra época, con permiso de Dorothy-Mago de Oz.
El caso es que mi amiga, ni corta ni perezosa, se bautizó ayer con dos litros de fósforo radiactivo que fueron a parar, casi en su totalidad, a las manoletinas de marras que tan flamantemente había estrenado no hacía ni diez horas, que ya es tener puntería.
Mi amiga, que es de carácter templado, y nada dada al aspaviento fácil ni al dramatismo exagerado, se desprendió de tan bonito fetiche para propinarse en el acto una ducha descontaminadora con el sensato fin de que la radiactividad presente en su cuerpo decayera cuanto antes.
Y con gran crueldad, y con poca gana de explorar universos ignotos, postergó a las pizpiretas manoletinas al olvido de una bolsa para residuos.
¡Qué triste fin para un par de zapatos capaces de llevarla a una a cualquier lugar que la imaginación desee! ¡Qué terrible naufragio, no subirse nunca al arco-iris ni observar desde allí el mundo coloreado! ¡Qué ominoso apartamiento del mundo! ¡Qué crueldad tan extrema!
Desde aquí reclamo una oportunidad para esos zapatos de mujer pequeña, para esos aviadores de los sueños capaces de salir andando por sí solos...
Al colmo de mi fascinación por las palabras me ha llevado mi amiga cuando me ha explicado que, aunque el baño con fósforo radiactivo no va a suponerle enfermedad alguna, ni es grave para la salud de nadie (de lo cual no tengo que decir que me alegro y me alivia), tiene que esperar a que la actividad decaiga. O, mejor dicho, que las manoletinas en sí lo hagan. ¿Se imaginan ustedes a las pobres manoletinas defenestradas decayendo, lánguidas, por los pasillos del CSIC? Las que un día fueron fosforescentes y alegres manoletinas, perdiendo brillo y lustre, día a día, borrándose la sonrisa de su rostro cada vez más transparente...
Perdiendo cuentas, como dice mi amiga en su jerga científica... Cuentas de colores, lentejuelas... una a una, que se van dejando en un rincón del despacho, debajo de la máquina del café, detrás de una jaula del animalario...¡Oh, cielos! Voy a preparar la ceremonia de despedida, antes de que decaigan del todo y queden en polvo, en humo, en gas fosfórico que desaparece en el cielo grisáceo de Madrid.
PD: Todos los personajes, objetos y referencias espacio-temporales son ficticios, y cualquier parecido con la realidad es pura radiactividad. Pero el término cuentas sí es una unidad de medida de la actividad radiactiva.
Se trata de unas manoletinas radiactivas que se ha agenciado ayer, en su trabajo. No se crean que mi amiga es una de esas funcionarias que emplea una hora y media en desayunar y otra hora de compras en los británicos almacenes... ¡eso es un tópico vil!
Mi amiga trabaja en un laboratorio de seguridad biológica o algo parecido, y el otro día decidió recorrer el camino amarillo, a lo Dorothy-Mago de Oz. Pero para emprender semejante viaje el calzado es fundamental y se imponía un fetiche determinado que oscilaba entre los zapatos de purpurina roja o unas manoletinas fluorescentes de radiactividad, que según me parece, son mucho más del gusto de nuestra época, con permiso de Dorothy-Mago de Oz.
El caso es que mi amiga, ni corta ni perezosa, se bautizó ayer con dos litros de fósforo radiactivo que fueron a parar, casi en su totalidad, a las manoletinas de marras que tan flamantemente había estrenado no hacía ni diez horas, que ya es tener puntería.
Mi amiga, que es de carácter templado, y nada dada al aspaviento fácil ni al dramatismo exagerado, se desprendió de tan bonito fetiche para propinarse en el acto una ducha descontaminadora con el sensato fin de que la radiactividad presente en su cuerpo decayera cuanto antes.
Y con gran crueldad, y con poca gana de explorar universos ignotos, postergó a las pizpiretas manoletinas al olvido de una bolsa para residuos.
¡Qué triste fin para un par de zapatos capaces de llevarla a una a cualquier lugar que la imaginación desee! ¡Qué terrible naufragio, no subirse nunca al arco-iris ni observar desde allí el mundo coloreado! ¡Qué ominoso apartamiento del mundo! ¡Qué crueldad tan extrema!
Desde aquí reclamo una oportunidad para esos zapatos de mujer pequeña, para esos aviadores de los sueños capaces de salir andando por sí solos...
Al colmo de mi fascinación por las palabras me ha llevado mi amiga cuando me ha explicado que, aunque el baño con fósforo radiactivo no va a suponerle enfermedad alguna, ni es grave para la salud de nadie (de lo cual no tengo que decir que me alegro y me alivia), tiene que esperar a que la actividad decaiga. O, mejor dicho, que las manoletinas en sí lo hagan. ¿Se imaginan ustedes a las pobres manoletinas defenestradas decayendo, lánguidas, por los pasillos del CSIC? Las que un día fueron fosforescentes y alegres manoletinas, perdiendo brillo y lustre, día a día, borrándose la sonrisa de su rostro cada vez más transparente...
Perdiendo cuentas, como dice mi amiga en su jerga científica... Cuentas de colores, lentejuelas... una a una, que se van dejando en un rincón del despacho, debajo de la máquina del café, detrás de una jaula del animalario...¡Oh, cielos! Voy a preparar la ceremonia de despedida, antes de que decaigan del todo y queden en polvo, en humo, en gas fosfórico que desaparece en el cielo grisáceo de Madrid.
PD: Todos los personajes, objetos y referencias espacio-temporales son ficticios, y cualquier parecido con la realidad es pura radiactividad. Pero el término cuentas sí es una unidad de medida de la actividad radiactiva.
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