Mi último fetiche es la novela de Haruki Murakami, Sputnik mi amor, una historia de amores imposibles y de hechos inexplicables que alteran la realidad y la vuelven dolorosa, pero también más bella.
Algunas anécdotas allí narradas hacen que me replantee lo conveniente o acertado de tratar de mirar la vida con los ojos de la poesía. Mi lado cerebral lo rechaza, pero mi gusto por dejarme embaucar por lo maravilloso me pide más y más metáforas, más imposibles soñados, más ventanas abiertas al otro lado del espejo, más escapatorias donde volar con la imaginación.
¿Se reencontrarán algún día Sumire y el narrador? ¿Tendremos que viajar a esa isla perdida del Mar Egeo para buscar allí el misterio que tal vez muchos ansiamos que nuestra vida tenga? ¿Encontraría Myu su deseo si se observara desde un taxi, conduciendo a toda velocidad por las calles de Tokio?
Quizá debiéramos conformarnos con una realidad que solo de vez en cuando ofrece emociones dignas de funambulista a 414 metros de altura. Y hacer de la rutina algo maravilloso e irrepetible cada día. Pero a veces las fuerzas fallan o los caminos llegan a su fin y hay que desandar el trecho y seguir buscando en el mapa de la vida. Pero todas esas sendas dejan su huella en nosotros y siempre habrá alguna nueva que recorrer.
Mi intención no era, al empezar, escribir una crítica de la novela. Solo tratar de encontrar alguna respuesta en mi lavadora mental. Y como siempre, el arte...
miércoles, 6 de mayo de 2009
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